DE: Dr. Juan Díaz Bordenave Asunción, 17 de febrero de 2010
Mi amigo pedagogo Francisco Gutiérrez distingue la “educación como demanda” de la “educación como oferta”. La primera es aquella en que las personas buscan aprender conocimientos o habilidades que precisan para vivir y trabajar. Lo que les motiva es satisfacer sus necesidades. La educación como oferta es la que dan los maestros y profesores. Lo que les motiva es transmitir los conocimientos que poseen; en general no les interesa cuales son las necesidades de las personas.
Cuando la educación como oferta coincide con la educación como demanda, tutti contenti (Todos contentos). Pero el caso más frecuente es el desencuentro de ambas. Los maestros les enseñan a los niños lo que el programa dice que hay que enseñarles, no importa si las víctimas están motivadas o no. Vi, en el cuaderno escolar de una niñita de cuarto grado de Acahay, que recién aprendía español en una escuelita rural, la definición: “La Etica es la rama de la filosofía que estudia el comportamiento moral etc., etc”, que la maestra les había hecho copiar del pizarrón. Me dije: “Esto es educación como oferta. Los pedagogos de la Reforma Educativa, sin salir de Asunción, resolvieron ofrecerle a esta niña de 10 años la definición de Etica, que ella ni necesita ni puede entender”.
Teóricamente, todos los programas de estudio deberían basarse en un estudio de las necesidades de la gente. Es evidente que el programa para una escuela rural tendría que ser diferente del de una escuela urbana. En la práctica, no se toma en cuenta la demanda real, y esto tiene como consecuencia la falta de motivación y de esfuerzo de los estudiantes por aprender.
La mayor necesidad de los niños es aprender a pensar. Ellos aprenden el mundo naturalmente, por el deseo instintivo de aprender. Aprenden por tanteo. Pero esto no es suficiente. Para progresar, el niño tiene que usar algo más que el ensayo y el error. Para que su inteligencia se desarrolle, el niño necesita enfrentar desafíos, resolver problemas, entender situaciones nuevas. Necesita observar, experimentar, comparar, relacionar, analizar, levantar hipótesis, argumentar. Pero frente a esta demanda, la educación de la oferta le entrega paquetes cerrados: informaciones, fechas, listas de nombres de héroes, de ciudades, de ríos. Le entrega fórmulas, definiciones, hechos. No le enseña a preguntar, a buscar la información que necesita para lo que quiere saber. No le enseña a pensar.
Además, pensar tiene varios niveles. Hay un nivel de pensamiento concreto, en el cual se manejan relaciones entre cosas, objetos, eventos. Cuando un camionero piensa: “Con la carga que tengo, ¿me conviene parar ahora y meterle combustible a mi tanque, o puedo seguir así hasta llegar a mi destino?”, su pensamiento es concreto. La educación que recibió es suficiente para este nivel.
Pero está también el nivel de pensamiento abstracto. Por ejemplo: El camionero lee en el diario: “Un arma poderosa de los sectores expoliados por el capital es la integración de los intereses comunes frente a la voracidad de la globalización neoliberal, que antes que el desarrollo de los pueblos ambiciona su despojo máximo”. El camionero no entiende este párrafo, porque no aprendió a pensar de modo abstracto. Para pasar del pensamiento concreto al pensamiento abstracto el camionero necesita educación, una educación que le enseñe a manejar conceptos y principios, no solamente hechos y datos concretos. La “globalización neoliberal”, por ejemplo, es un concepto abstracto. Si el camionero no lo entiende no puede entender el párrafo anterior.
No aprender jamás a pensar, no llegar nunca hasta el pensamiento abstracto, es el triste destino de la mayoría de nuestros niños, tanto rurales como urbanos. La razón es muy simple: las escuelas, colegios y universidades, practican la educación como oferta, como transmisión de lo que los maestros creen saber, y no como demanda, como satisfacción de las necesidades reales de los alumnos. En especial la de aprender a pensar.
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